21 de diciembre de 2019

24 PROGRAMA NAVIDAD 2019 - CUENTO EL ABETO - ANDERSEN







Hans Christian Andersen  fue un escritor que nació el 2 de abril del año 1805 - Copenhague, Dinamarca,  siendo famoso por sus cuentos para niños, entre ellos El patito feo, La sirenita y La reina de las nieves, y el que voy a contar hoy se titula El Abeto.

Este hombre era Hijo de un humilde zapatero y desde muy pequeño aprendió diferentes oficios, pero ninguno le gustaba, y  a los 14 años se marchó de la ciudad donde vivía, con el sueño de ser cantante y para sobrevivir malvivía escribiendo algunas obras y después de mucho trabajo consiguió que gente importante se fijaran en él y le pagaran su formación.

Escribió novelas, poesía, teatro, una autobiografía, y varios libros de viajes explicando sus experiencias y aventuras que había corrido   durante los 10 años que duró su periplo a países a los que Viajaba como a Suecia, Gran Bretaña, Alemania, Turquía e incluso vivió una temporada en  España, a los que iba siempre con una maleta atada con una cuerda y sentado cerca de una ventana  por si debía escapar en caso de incendio.

A Andersen sobre todo se le conoce por los cuentos infantiles, algunos inspirados en cuentos y leyendas nórdicas, pero la mayoría de ellos inventados gracias a su una gran imaginación, humor y sensibilidad.
Uno de esos cuentos se titula el Abeto, y sentada en la proa del barco os lo voy a contar.
  
Allá lejos en el bosque había un abeto: ¡qué pequeño y qué bonito era! Tenía un buen sitio donde crecer y todo el aire y la luz que quería, y estaba además acompañado por otros árboles mayores que él, tantos pinos como abetos.
¡Pero se empeñaba en crecer con tanta prisa! Que no prestaba la menor atención al sol, ni a la dulzura del aire, ni ponía interés en los niños que pasaban hablando y jugando por el sendero cuando salían a recoger frutas silvestres.
A veces llegaban con una cesta llena de frutos rojos, y se sentaban a comer sentados a su lado.

-¡Mira qué árbolito tan bonito! -decían-. Pero al árbolito no le gustaba oírles que hablaran  así de él, pues quería ser un árbol no un árbolito.

Al año siguiente creció y le salió  un nuevo nudo, y un año después, otro más alto, y contando los nudos se puede saber la edad de un abeto.

El árbolito pensaba -¡ojalá ,si pudiera ser tan alto como los demás árboles! Ayyyy!  suspiraba.

Entonces podría extender mis grandes ramas alrededor todo alrededor y mirar el mundo desde mi, además los pájaros vendrían para  hacer sus nidos en mis ramas, y cuando soplase el viento podría balancear mis ramas majestuosamente como los otros.

Sin embargo cuando se hizo grande no estaba contento, ni con  los pájaros, ni el sol, ni las nubes que cada mañana y tarde, cruzaban navegando en lo alto.

Cuando venía el invierno y la blanca nieve se esparcía por todas partes, creando una postal de navidad, y era frecuente que algún conejo se acercase dando rápidos brincos y saltase por encima de alguna de sus raíces, pero eso no le agradaba al árbol.

Pasaron  dos inviernos, y al tercero ya había crecido mucho, y los conejos ya tenían que rodearle, y eso le hizo sentirse mayor, él quería crecer y crecer para hacerse muy alto y ser un árbol importante.

Cuando llegaba en el otoño volvían os  leñadores para cortar los árboles más altos,  todos los años pasaba lo mismo, y el joven abeto que ya había crecido un poco y tenía una buena altura, comenzó a preocuparse, y temblaba sólo con verlos, pues los árboles más grandes y rectos, les golpeaban y ellos crujían para acabar  cayendo al suelo, entonces los leñadores les cortaban todas las ramas, y queda desnudos, despojados de todas sus ramas, y ya no era posible ni que reconocerlos; después los cargaban unos en carros tirados por mulas para llevarlos fuera del bosque.

Y nuestro amigo el abeto se preguntaba que ¿A dónde  los llevarían? ¿y que pasaría con ellos?

Cuando llegaba la primavera, el árbol les preguntaba a las golondrinas y a las cigüeñas que pasaba con sus compañeros.

-¿Saben ustedes adónde han ido los otros árboles, adónde se los han llevado? ¿Los han visto?

Las golondrinas nada sabían, pero la cigüeña se quedó pensativa y respondió, moviendo la cabeza:

-Sí, creo saberlo. A mi regreso de Egipto encontré un buen número de nuevos barcos; tenían unos mástiles muy altos, y en cuanto sentí el aroma de los abetos comprendí que eran tus amigos, y que rectos iban.

El abeto le dijo -¡me gustaría ser lo bastante grande para poder atravesar el mar para saber como es.

¿cómo es el mar? ¿A qué se parece? Le preguntó a la cigüeña y le contestó es demasiado largo explicártelo, y siguió su camino.

Pero los rayos del sol le dijeron al abeto -alégrate de tu juventud, alégrate de tu vigoroso crecimiento y de la nueva vida que hay en ti.

Y el viento besó al árbol, y el rocío lo regó con sus lágrimas. Pero él era aún muy joven no comprendía las cosas.

Cuando volvió el invierno, y se acercaba la Navidad los leñadores volvieron al bosque y con sus hachas cortaron algunos abetos que muy jóvenes, y nuestro abeto pensaba que ni en edad, ni en tamaño podían competir con nuestro amigo él, sin embargo ni le miraban, y siempre estaba inquieto porque anhelaba marcharse, y se preguntaba que porque se llevarían a esos abetos que eran jóvenes,  y los más bonitos.

A diferencia de los viejos a estos  no les desnudaban quitándoles sus bonitas ramas, como a los viejos, sino que les dejaban todas sus ramas, y poco a poco los iban dejando en las carretas tiradas por las mulas para llevarlos fuera del bosque.

Y el abeto al que nadie le hacía caso, se preguntaba. ¿Adónde pueden ir? No son mayores que yo; no son más altos incluso uno era  mucho más pequeño. Y ¿Por qué les dejan todas sus ramas? ¿Adónde los llevan?

Cuando los gorriones le escucharon empezaron a piar.
-¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! Hemos cotilleado por las ventanas en las casas de la ciudad, por eso sabemos donde han ido.

En las casas les esperaba la felicidad y todo el esplendor que puedas imaginar, a través de los cristales de las ventanas hemos mirado vimos cómo los plantaban en el centro de una cálida habitación, y los adornaban con bolas de cristal brillantes y de diferentes colores les colocan guirnaldas, las  más bellas del mundo, además les cuelgan manzanas, pasteles de miel, juguetes y cientos de velas.
Y el abeto pregunto muy interesado, -¿Y luego? Estremeciendo todas sus ramas. Volvió a preguntar ¿Y luego? ¿y luego? ¿Qué pasa luego?

- No vimos más -respondieron los gorriones-. Pero lo que vimos era maravilloso, ojala yo algún día tenga la  suerte de ir alguna vez por ese maravilloso sendero montado en un carro tirado de mulas! -exclamó el árbol.

Pero, aun sería mejor cruzar el mar ¡Qué ganas tengo de que llegue la Navidad! Ahora soy tan alto y frondoso como los que se llevaron el año pasado.

 ¡Oh, si estuviese ya en la carreta, para llegar a en esa casa con esa cálida habitación en medio de ese brillo resplandeciente!

Y luego, seguro  que tiene que haber algo mejor, algo aún más bello esperándome, porque si no, ¿para qué iban a adornarme de tal modo?, algo mucho más grandioso y espléndido. Pero ¿qué podrá ser? ¡Oh, qué larga se me hace la espera!

Y  el viento y el sol volvieron a repetirle -Alégrate con nosotros - de tu vigorosa juventud al aire libre.

Pero el abeto no tenía la menor intención de seguir los consejos del aire y del sol  y continuó creciendo y creciendo,  y allí paso otro invierno, otro otoño, otra primavera y otro verano, siempre verde, siempre alto, de un verde muy oscuro y brillante, con un olor a resina muy rico, y  los campesinos cuando pasaban por el bosque decían al verlo. ¡Qué bonito es ese abeto, ese sí, que es un  es un hermoso ejemplar!

Y al llegar la Navidad fue el primero que talaron cuando llego el leñado con su afilada hacha y le dio un tajo  muy hondo a través de la corteza, hasta la médula, y el abeto crujió y cayó a tierra, dando  un suspiro, muerto por el dolor, sin acordarse para nada de sus esperanzas de felicidad.

Cuando lo subieron al carro tirado por las mulas, se puso muy triste al ver como se  alejaba de su hogar, del sitio donde había crecido; nunca más vería a sus viejos amigos, los pequeños arbustos, las flores que cada primavera nacían a su alrededor, ni a los conejos, ni a los niños que se sentaban a comer frutos rojos en sus raíces, y quizás ni siquiera volvería a ver los pájaros. No era nada agradable aquella despedida, y se durmió.

No volvió en sí, hasta que lo descargaron del carro tirado por las mulas en medio de un patio junto con otros árboles y oyó a un hombre que decía:

-Éste abeto es el más bonito, me encanta me lo voy a llevar yo.

Después de un rato vinieron dos hombres, eran unos sirvientes con un elegante uniforme y lo trasladaron a una casa muy elegante de un hombre muy rico, colocándolo en una maravillosa habitación.

En las paredes de aquel cuarto había retratos alrededor, colgados de todas partes, y dos gigantescos jarrones chinos, con leones en las tapas, junto a la enorme chimenea de azulejos.

Había sillones, sofás cubiertos con sedas, grandes mesas de maderas nobles, atestadas de libros,  juguetes muy bonitos por lo que se deducía que  allí vivían niños

El árbol fue colocado en un gran barril de arena, que no lo parecía porque estaba envuelto en una tela verde, y puesto sobre una alfombra de colores brillantes.

El abeto tenía mucho miedo y no paraba de temblar. El pensaba que es lo que ¿Qué pasaría luego? Tanto los sirvientes como las criadas se pusieron manos a la obra para tardar poco adornarlo.

De sus ramas colgaron bolsitas hechas con papeles de colores, cada una de las cuales estaba llena de dulces. Las manzanas doradas y las nueces pendían en manojos como si hubiesen crecido allí mismo, y cerca de cien velas, rojas, azules y blancas quedaron sujetas a las ramas.

Colocaron unas muñecas que el árbol no las se distinguía de las personas, el abeto nunca había visto algo así,  mientras le colocaban una estrella de hojalata dorada en lo alto el abeto se

Era un magnífico árbol; jamás nadie había visto algo semejante.

-Esta noche -decían todos-, esta noche sí que va a brillar ¡Ya verás!

“¡Oh, si ya fuese de noche!”, pensó el abeto. ¡Si ya las velas estuviesen encendidas! ¿Qué pasará entonces?, me pregunto. ¿Vendrán a verme los árboles del bosque? ¿Volarán los gorriones hasta los cristales de la ventana? ¿Echaré aquí raíces y conservaré mis adornos en invierno y en verano?”

Esto era todo lo que el abeto sabía. De tanta impaciencia, al abeto le empezó  a doler la corteza, y ese dolor es parecido al dolor de cabeza de los humanos.

Por fin, llegó la noche y se encendieron las velas y ¡qué deslumbrante fiesta de luz! El abeto empezó a temblar de miedo y a mover todas sus ramas, hasta que una de las velas prendió fuego a las hojas. Que dolor tan grande sintió en ese momento el abeto.

-¡Oh, qué lástima! -exclamaron las criadas, y apagaron rápidamente el fuego.

El árbol ya no se atrevía ni mover una rama; tenía terror a perder alguno de sus adornos y se sentía deslumbrado por todos aquello.

De pronto se abrieron de golpe las dos puertas correderas de aquel enorme salón  y entraron a tropel un montón de niños y niñas que se abalanzaron sobre el abeto como si fuesen a derribarlo, mientras las personas mayores los seguían tranquilamente.

Por un momento los pequeños se estuvieron mudos de asombro, pero sólo por un momento. Enseguida sus gritos de alegría llenaron la habitación. Se pusieron a bailar alrededor del abeto, y luego le fueron arrancando los regalos uno a uno.

“Pero, ¿qué están haciendo?”, pensó el abeto. ¿Qué va a pasar ahora?”

Las velas fueron consumiéndose hasta las mismas ramas, y en cuanto se apagó la última, dieron permiso a los niños para que cogieran todo lo que colgaba de las ramas del árbol.

Entonces se precipitaron todos a una sobre él, haciéndolo crujir  todas y cada una de sus ramas, y si no hubiese estado sujeto del techo por aquella estrella de hojalata dorada que tenía en lo alto se habría caído al suelo.

Los niños se pusieron a bailar  a su alrededor con sus bonitos juguetes, y nadie se dio cuenta de que aún quedaba alguna cosilla, excepto  una vieja nodriza que iba escudriñando entre las hojas, para ver si por casualidad quedaban unos higos o alguna manzana.

Los niños empezaron a gritar diciendo:

-¡Un cuento, cuéntanos un cuento! – tirando de las manos  a un hombre gordo que fue a sentarse precisamente debajo del abeto.

-Aquí será como si estuviésemos en el bosque -les dijo-, y al árbol le hará mucho bien escuchar el cuento.
 Pero sólo os contaré una historia. ¿Os gustaría el cuento de Ivede-Avede, o el de Klumpe-Dumpe, que aun cayéndose de la escalera subió al trono y se casó con la princesa?

-¡Klumpe-Dumpe! -gritaron algunos, y otros reclamaron a Ivede-Avede. El griterío y el ruido eran tremendos; sólo el abeto pensaba en silencio

“¿Me dejarán a mí fuera de todo esto? ¿Qué papel me tocará representar?”


Pero, claro, ya había desempeñado su papel, ya había hecho justamente lo que tenía que hacer.

El hombre gordo les contó la historia de Klumpe-Dumpe, que aun cayéndose de la escalera subió al trono y se casó con la princesa. Y los niños aplaudieron y exclamaron:

-¡Cuéntanos otro! ¡Uno más! Por favor
Querían también escuchar el cuento de Ivede-Avede, pero tuvieron que contentarse con el de Klumpe-Dumpe.
El abeto permaneció silencioso en su sitio, pensando que jamás los pájaros del bosque lehabían contado una historia semejante.

“De modo que Klumpe-Dumpe se cayó de la escalera y, a pesar de todo, se casó con la princesa. ¡Vaya, vaya; así es como se progresa en el gran mundo!”, pensaba.
“Seguro que tenía que ser cierto, si aquel hombre tan agradable lo contaba tan bien, ¿quién sabe? Quizás me caiga yo también de una escalera y termine casándome con una abeta.”

Y se puso a pensar en cómo lo adornarían al día siguiente, con velas y juguetes, y sabrosas frutas.
-Mañana sí que no temblaré -se decía-. Me propongo disfrutar de mi esplendor todo lo que pueda. Mañana escucharé de nuevo la historia de Klumpe-Dumpe, y quizás también la de Ivede-Avede.

Y toda la noche se la pasó pensando en silencio. A la mañana siguiente entraron el criado y la sirvienta.
“Ahora las cosas volverán a ser como deben”, pensó el abeto.

Pero nada más lejos de sus deseos, lo sacaron de la habitación, lo subieron por las escaleras y lo dejaron en el desván, donde quedó tirado en un rincón oscuro, muy lejos de la luz del día.

“¿Qué significa esto? - se preguntó el abeto-. ¿Qué voy a hacer aquí arriba? ¿Qué cuentos podré escuchar así?”
Y arrimado a la pared, se quedó pensando y pensando… Tuvo tiempo de sobra para ello, mientras pasaban los días y las noches, y nadie subía nunca, y cuando por fin, alguien subió, fue para amontonar unas cajas en un rincón, parecía que le habían olvidado para siempre.

EL abeto pensaba “Ahora es  invierno fuera”

 “La tierra estará dura y cubierta de nieve, de modo que sería imposible que me plantasen; tendré que esperar en este sitio hasta la primavera.

¡Qué considerados son! ¡Qué buena es la gente!…
 Si este sitio no fuese tan oscuro y tan terriblemente solitario!…

Si hubiese  algún conejito…

¡Qué alegre era estar en el bosque, cuando la nieve lo cubría todo y llegaba el conejo dando saltos! Incluso aunque saltara por encima de mí,

Y  pesar que eso no me hacía ninguna gracia! Aquí estoy  terriblemente solo.”

-¡Cuic! - chilló un ratoncito que se había colado por una grieta; y pronto lo siguió otro. Ambos comenzaron a husmear por el abeto y a deslizarse entre sus ramas.

-Hace un frío terrible -dijeron los ratoncitos-, aunque éste es un espléndido sitio para estar. ¿No te parece, viejo abeto?
-Yo no soy viejo -respondió el abeto-. Hay muchos árboles más viejos que yo.

-¿De dónde has venido? -preguntaron los ratones, ¿qué puedes contarnos? ¿Has estado en él alguna vez en un lugar hermoso? ¿Has estado en la despensa donde los quesos llenan los estantes y los jamones cuelgan del techo, donde se puede bailar sobre velas de sebo y el ratón que entra flaco sale gordo?

-No -respondió el abeto-, no conozco esa despensa, pero en cambio conozco el bosque, donde brilla el sol y cantan los pájaros.

Y les habló entonces de los días en que era joven, los ratoncitos jamás habían escuchado nunca, nada parecido, y le escucharon con mucha atención  palabra por palabra.
-¡Árbol, mira que has visto cosas! -dijeron-. ¡Qué feliz habrás sido!

-¿Yo? -preguntó el abeto, y se puso a considerar lo que acababa de decir-. Sí, es cierto; eran realmente tiempos muy agradables.
Y pasó a contarles lo ocurrido en Nochebuena, y cómo lo habían adornado con pasteles y velas.

-¡Oooh! -dijeron los ratoncitos-. ¡Sí que has sido feliz, viejo abeto!

-Yo no tengo nada de viejo -repitió el abeto-. Fue este mismo invierno cuando salí del bosque. Estoy en plena juventud: lo único que pasa es que, por el momento, he dejado de crecer.
-¡Qué lindas historias cuentas! -dijeron los ratoncitos. Y a la noche siguiente regresaron con otros cuatro ratoncitos que querían escuchar también los relatos del abeto.
Mientras más cosas contaba, mejor lo iba recordando todo, y se decía:

-Aquellos tiempos sí que eran realmente buenos; pero puede que vuelvan otra vez, puede que vuelvan… Klumpe-Dumpe se cayó de la escalera y, aun así, se casó con la princesa; quizás a mí me pase lo mismo.

Y justamente entonces el abeto recordó a una tierna y pequeña planta de la familia de los abedules que crecía allá en el bosque, y que bien podría ser, para un abeto, una bellísima princesa.

-¿Quién es Klumpe-Dumpe? -preguntaron los ratoncitos. Y el abeto les contó toda la historia, pues podía recordar cada una de sus palabras; y los ratoncitos se divirtieron tanto que querían saltar hasta la punta del abeto de contentos que estaban.

 A la noche siguiente acudieron  muchos más ratones, y, el domingo, hasta se presentaron dos ratas. Pero éstas declararon que el cuento no era nada entretenido, y eso desilusionó a los ratoncitos, que también a ellos empezó a parecer poco interesante.

-¿Es ése el único cuento que sabes? -preguntaron las ratas.
-Sí, el único -respondió el abeto-. Lo oí la tarde más feliz de mi vida, aunque entonces no me daba cuenta de lo feliz que era.

-Es una historia terriblemente aburrida. ¿No sabes ninguna sobre jamones y velas de sebo? ¿O alguna sobre la despensa?

-No -dijo el abeto.
-Bueno, entonces, muchas gracias -dijeron las ratas, y se fueron.

Con el tiempo los ratoncitos también dejaron de ir, y el árbol dijo suspirando.

-Era realmente agradable tener a todos esos simpáticos y ansiosos ratoncitos sentados a mi alrededor, escuchando cuanto se me ocurría contarles. Ahora esto se acabó también… aunque lo recordaré con gusto cuando me saquen otra vez afuera.

Pero, ¿cuándo sería esto? Ocurrió una mañana en que subieron a curiosear en el desván. Movieron de sitio las cajas y el árbol fue sacado de su escondrijo.

Por cierto que lo tiraron al suelo con bastante violencia, y, enseguida, uno de los hombres lo arrastró hasta la escalera, donde brillaba la luz del día.

“¡La vida comienza de nuevo para mí!”, pensó el árbol. Sintió el aire fresco, los primeros rayos del sol… y ya estaba afuera, en el patio.

Todo sucedió tan rápidamente, que el árbol se olvidó fijar en sí mismo. ¡Había tantas cosas que ver en su entorno!
 El patio se abría a un jardín donde todo estaba en flor. Fresco y dulce era el aroma de las rosas que colgaban de los pequeños enrejados; los tilos habían florecido y las golondrinas volaban de una parte a otra cantando.

-¡Esta sí que es vida para mí! -gritó alegremente, extendiendo sus ramas tanto cuanto pudo. Pero, ¡ay!, estaban amarillas y secas y se vio tirado en un rincón, entre ortigas y malas hierbas. La estrella de hojalata dorada aún ocupaba su sitio en lo alto y brillaba a la luz del sol.
En el patio jugaban algunos niños de los que en Nochebuena habían bailado su alrededor, y a quienes tanto les había gustado. Uno de los más pequeños se le acercó corriendo y le arrancó la reluciente estrella dorada.

-¡Mira lo que aún quedaba en ese árbol feo de Navidad! -exclamó, pisoteando las ramas hasta hacerlas crujir bajo sus zapatos.

Y el árbol miró la fresca belleza de las flores en el jardín, y luego se miró a sí mismo, y deseó no haber salido jamás de aquel oscuro rincón del desván.

 Recordó la frescura de los días que en su juventud pasó en el bosque, y la alegre víspera de Navidad, y los ratoncitos que con tanto gusto habían escuchado la historia de Klumpe-Dumpe.

-¡Todo ha terminado! -se dijo-. ¡Lástima que no haya sabido gozar de mis días felices! ¡Ahora, ya se fueron para siempre!
Y vino un hombre que lo cortó en  pequeños pedazos, hasta que hizo un buen montón para que ardiera en llamas bajo una enorme cazuela de cobre.

El árbol gimió tan alto que cada uno de sus quejidos fue como un pequeño disparo.

Al oírlo, los niños que jugaban acudieron corriendo y se sentaron junto al fuego; y mientras miraban las llamas, gritaban: “¡pif!, ¡paf!”, a coro.

 Pero a cada explosión, que era un hondo gemido, el árbol recordaba un día de verano en el bosque, o una noche de invierno en el mismo lugar, cuando brillaban las estrellas.
Y pensó luego en la Nochebuena,  en Klumpe-Dumpe, el único cuento de hadas que había escuchado en su vida y el único que podía contar… Y cuando llegó a este punto, ya se había consumido enteramente.

Los niños seguían jugando en el patio. El más pequeño se había prendido al pecho la estrella de oro que había coronado al abeto la noche más feliz de su vida.

Pero todo se había acabado ya, igual que se había acabado el árbol, e igual que se acaban los cuentos.


Este cuento nos enseña que no debemos pensar que la vida de otros es mejor que la nuestra, y por lo tanto, que valoremos las cosas que buenas que tenemos, aunque nos parezcan insignificantes.

Otros cuentos de Andersen son:

Abuelita
El abecedario
El abeto
La aguja de zurcir
El alforfón
 Algo
 Almendrita
 El ángel
 El Ave Fenix
 El bisabuelo
 El caracol y el rosal
 La casa vieja
 El cerro de los elfos
 El chelín de plata
 Las cigüeñas
 Los cisnes salvajes
 El cofre volador
 Los corredores
 El cuello de camisa
 El diablo y sus añicos
 Dos Hermanos
 El duende de la tienda
 El duendecillo y la mujer
 El elfo del rosal
 La espinosa senda del honor
 El traje nuevo del emperador
 El escarabajo
 La familia feliz
 El gallo de corral y la veleta
 La gota de agua
 El gollete de botella
 El gorro de dormir del solterón
 Historias del sol
 Una hoja del cielo
 El hombre de nieve
 La hucha
 El jabalí de bronce
 El jardín del paraíso
 El jardinero y el señor
 Juan el bobo
 El libro mudo
 El lino
 En el mar remoto
 La Mariposa
 El molino de viento
 El nido de cisnes
 La pareja de enamorados
 La pastora y el desollinador
 El patito feo
 La última perla
 La piedra filosofal
 La pastora y el desollinador
 Pluma y tintero
 La princesa y el guisante
 El príncipe malvado
 Psiquis
 La rosa más bella del mundo
 El ruiseñor
 Los campeones de salto
 El sapo
 La Sirenita
 El soldadito de plomo
 La sombra
 El tesoro dorado
 El titiritero
 El torrero Ole
 Los trapos viejos
 El niño travieso
 El pequeño Tuk
 Rompenieves
 Las serpiente de mar
 El tullido
 Los vecinos
 Las velas
 Los verdezuelos
 La vieja campana de la iglesia
 El viejo farol
 Visión del baluarte
 Los zapatos rojos




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