ondabukanera, zarzabukanera, bukaneraviajera
8 de octubre de 2024
30 de septiembre de 2024
CANCIÓN EN PANDEMIA - bukaneraviajera
Durante el confinamiento por la pandemia de Covid19, dejé de hacer programas de radio y mis obras al aire libre, pues no se podía salir de casa, entonces me dedique a otras actividades como la música, creando una canción a modo de animar a no salir.
Os dejo el link, CLICA LA FOTO PARA ENALACE:
ondabukanera
25 de septiembre de 2024
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21 de diciembre de 2019
24 PROGRAMA NAVIDAD 2019 - CUENTO EL ABETO - ANDERSEN
Hans Christian Andersen fue un escritor que nació el 2 de
abril del año 1805 - Copenhague, Dinamarca,
siendo famoso por sus cuentos para niños, entre ellos El patito feo, La
sirenita y La reina de las nieves, y el que voy a contar hoy se titula El Abeto.
Este hombre era Hijo de un humilde zapatero y desde muy
pequeño aprendió diferentes oficios, pero ninguno le gustaba, y a los 14 años se marchó de la ciudad donde
vivía, con el sueño de ser cantante y para sobrevivir malvivía escribiendo
algunas obras y después de mucho trabajo consiguió que gente importante se
fijaran en él y le pagaran su formación.
Escribió novelas, poesía, teatro, una autobiografía, y
varios libros de viajes explicando sus experiencias y aventuras que había
corrido durante los 10 años que duró su periplo a
países a los que Viajaba como a Suecia, Gran Bretaña, Alemania, Turquía e
incluso vivió una temporada en España, a
los que iba siempre con una maleta atada con una cuerda y sentado cerca de una
ventana por si debía escapar en caso de
incendio.
A Andersen sobre todo se le conoce por los cuentos
infantiles, algunos inspirados en cuentos y leyendas nórdicas, pero la mayoría
de ellos inventados gracias a su una gran imaginación, humor y sensibilidad.
Uno de esos cuentos se titula el Abeto, y sentada en la
proa del barco os lo voy a contar.
Allá lejos en el bosque había un abeto: ¡qué pequeño y
qué bonito era! Tenía un buen sitio donde crecer y todo el aire y la luz que
quería, y estaba además acompañado por otros árboles mayores que él, tantos
pinos como abetos.
¡Pero se empeñaba en crecer con tanta prisa! Que no
prestaba la menor atención al sol, ni a la dulzura del aire, ni ponía interés
en los niños que pasaban hablando y jugando por el sendero cuando salían a
recoger frutas silvestres.
A veces llegaban con una cesta llena de frutos rojos, y
se sentaban a comer sentados a su lado.
-¡Mira qué árbolito tan bonito! -decían-. Pero al árbolito no le gustaba oírles que hablaran así de él, pues quería ser un árbol no un árbolito.
Al año siguiente creció y le salió un nuevo nudo, y un año después, otro más alto,
y contando los nudos se puede saber la edad de un abeto.
El árbolito pensaba -¡ojalá ,si pudiera ser tan alto como
los demás árboles! Ayyyy! suspiraba.
Entonces podría extender mis grandes ramas alrededor todo
alrededor y mirar el mundo desde mi, además los pájaros vendrían para hacer sus nidos en mis ramas, y cuando soplase
el viento podría balancear mis ramas majestuosamente como los otros.
Sin embargo cuando se hizo grande no estaba contento, ni
con los pájaros, ni el sol, ni las nubes
que cada mañana y tarde, cruzaban navegando en lo alto.
Cuando venía el invierno y la blanca nieve se esparcía
por todas partes, creando una postal de navidad, y era frecuente que algún
conejo se acercase dando rápidos brincos y saltase por encima de alguna de sus
raíces, pero eso no le agradaba al árbol.
Pasaron dos
inviernos, y al tercero ya había crecido mucho, y los conejos ya tenían que
rodearle, y eso le hizo sentirse mayor, él quería crecer y crecer para hacerse
muy alto y ser un árbol importante.
Cuando llegaba en el otoño volvían os leñadores para cortar los árboles más altos, todos los años pasaba lo mismo, y el joven abeto
que ya había crecido un poco y tenía una buena altura, comenzó a preocuparse, y
temblaba sólo con verlos, pues los árboles más grandes y rectos, les golpeaban
y ellos crujían para acabar cayendo al
suelo, entonces los leñadores les cortaban todas las ramas, y queda desnudos,
despojados de todas sus ramas, y ya no era posible ni que reconocerlos; después
los cargaban unos en carros tirados por mulas para llevarlos fuera del bosque.
Y nuestro amigo el abeto se preguntaba que ¿A dónde los llevarían? ¿y que pasaría con ellos?
Cuando llegaba la primavera, el árbol les preguntaba a
las golondrinas y a las cigüeñas que pasaba con sus compañeros.
-¿Saben ustedes adónde han ido los otros árboles, adónde
se los han llevado? ¿Los han visto?
Las golondrinas nada sabían, pero la cigüeña se quedó
pensativa y respondió, moviendo la cabeza:
-Sí, creo saberlo. A mi regreso de Egipto encontré un
buen número de nuevos barcos; tenían unos mástiles muy altos, y en cuanto sentí
el aroma de los abetos comprendí que eran tus amigos, y que rectos iban.
El abeto le dijo -¡me gustaría ser lo bastante grande
para poder atravesar el mar para saber como es.
¿cómo es el mar? ¿A qué se parece? Le preguntó a la
cigüeña y le contestó es demasiado largo explicártelo, y siguió su camino.
Pero los rayos del sol le dijeron al abeto -alégrate de
tu juventud, alégrate de tu vigoroso crecimiento y de la nueva vida que hay en
ti.
Y el viento besó al árbol, y el rocío lo regó con sus lágrimas.
Pero él era aún muy joven no comprendía las cosas.
Cuando volvió el invierno, y se acercaba la Navidad los
leñadores volvieron al bosque y con sus hachas cortaron algunos abetos que muy
jóvenes, y nuestro abeto pensaba que ni en edad, ni en tamaño podían competir
con nuestro amigo él, sin embargo ni le miraban, y siempre estaba inquieto
porque anhelaba marcharse, y se preguntaba que porque se llevarían a esos abetos
que eran jóvenes, y los más bonitos.
A diferencia de los viejos a estos no les desnudaban quitándoles sus bonitas
ramas, como a los viejos, sino que les dejaban todas sus ramas, y poco a poco
los iban dejando en las carretas tiradas por las mulas para llevarlos fuera del
bosque.
Y el abeto al que nadie le hacía caso, se preguntaba.
¿Adónde pueden ir? No son mayores que yo; no son más altos incluso uno era mucho más pequeño. Y ¿Por qué les dejan todas
sus ramas? ¿Adónde los llevan?
Cuando los gorriones le escucharon empezaron a piar.
-¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! Hemos
cotilleado por las ventanas en las casas de la ciudad, por eso sabemos donde
han ido.
En las casas les esperaba la felicidad y todo el
esplendor que puedas imaginar, a través de los cristales de las ventanas hemos
mirado vimos cómo los plantaban en el centro de una cálida habitación, y los
adornaban con bolas de cristal brillantes y de diferentes colores les colocan
guirnaldas, las más bellas del mundo,
además les cuelgan manzanas, pasteles de miel, juguetes y cientos de velas.
Y el abeto pregunto muy interesado, -¿Y luego? Estremeciendo
todas sus ramas. Volvió a preguntar ¿Y luego? ¿y luego? ¿Qué pasa luego?
- No vimos más -respondieron los gorriones-. Pero lo que
vimos era maravilloso, ojala yo algún día tenga la suerte de ir alguna vez por ese maravilloso sendero
montado en un carro tirado de mulas! -exclamó el árbol.
Pero, aun sería mejor cruzar el mar ¡Qué ganas tengo de
que llegue la Navidad! Ahora soy tan alto y frondoso como los que se llevaron
el año pasado.
¡Oh, si estuviese
ya en la carreta, para llegar a en esa casa con esa cálida habitación en medio
de ese brillo resplandeciente!
Y luego, seguro que tiene que haber algo mejor, algo aún más
bello esperándome, porque si no, ¿para qué iban a adornarme de tal modo?, algo
mucho más grandioso y espléndido. Pero ¿qué podrá ser? ¡Oh, qué larga se me
hace la espera!
Y el viento y el
sol volvieron a repetirle -Alégrate con nosotros - de tu vigorosa juventud al
aire libre.
Pero el abeto no tenía la menor intención de seguir los
consejos del aire y del sol y continuó
creciendo y creciendo, y allí paso otro invierno,
otro otoño, otra primavera y otro verano, siempre verde, siempre alto, de un verde
muy oscuro y brillante, con un olor a resina muy rico, y los campesinos cuando pasaban por el bosque
decían al verlo. ¡Qué bonito es ese abeto, ese sí, que es un es un hermoso ejemplar!
Y al llegar la Navidad fue el primero que talaron cuando
llego el leñado con su afilada hacha y le dio un tajo muy hondo a través de la corteza, hasta la
médula, y el abeto crujió y cayó a tierra, dando un suspiro, muerto por el dolor, sin acordarse
para nada de sus esperanzas de felicidad.
Cuando lo subieron al carro tirado por las mulas, se puso
muy triste al ver como se alejaba de su
hogar, del sitio donde había crecido; nunca más vería a sus viejos amigos, los
pequeños arbustos, las flores que cada primavera nacían a su alrededor, ni a
los conejos, ni a los niños que se sentaban a comer frutos rojos en sus raíces,
y quizás ni siquiera volvería a ver los pájaros. No era nada agradable aquella
despedida, y se durmió.
No volvió en sí, hasta que lo descargaron del carro
tirado por las mulas en medio de un patio junto con otros árboles y oyó a un hombre
que decía:
-Éste abeto es el más bonito, me encanta me lo voy a
llevar yo.
Después de un rato vinieron dos hombres, eran unos
sirvientes con un elegante uniforme y lo trasladaron a una casa muy elegante de
un hombre muy rico, colocándolo en una maravillosa habitación.
En las paredes de aquel cuarto había retratos alrededor,
colgados de todas partes, y dos gigantescos jarrones chinos, con leones en las
tapas, junto a la enorme chimenea de azulejos.
Había sillones, sofás cubiertos con sedas, grandes mesas
de maderas nobles, atestadas de libros, juguetes muy bonitos por lo que se deducía
que allí vivían niños
El árbol fue colocado en un gran barril de arena, que no
lo parecía porque estaba envuelto en una tela verde, y puesto sobre una
alfombra de colores brillantes.
El abeto tenía mucho miedo y no paraba de temblar. El
pensaba que es lo que ¿Qué pasaría luego? Tanto los sirvientes como las criadas
se pusieron manos a la obra para tardar poco adornarlo.
De sus ramas colgaron bolsitas hechas con papeles de
colores, cada una de las cuales estaba llena de dulces. Las manzanas doradas y
las nueces pendían en manojos como si hubiesen crecido allí mismo, y cerca de
cien velas, rojas, azules y blancas quedaron sujetas a las ramas.
Colocaron unas muñecas que el árbol no las se distinguía
de las personas, el abeto nunca había visto algo así, mientras le colocaban una estrella de hojalata
dorada en lo alto el abeto se
Era un magnífico árbol; jamás nadie había visto algo
semejante.
-Esta noche -decían todos-, esta noche sí que va a
brillar ¡Ya verás!
“¡Oh, si ya fuese de noche!”, pensó el abeto. ¡Si ya las
velas estuviesen encendidas! ¿Qué pasará entonces?, me pregunto. ¿Vendrán a
verme los árboles del bosque? ¿Volarán los gorriones hasta los cristales de la
ventana? ¿Echaré aquí raíces y conservaré mis adornos en invierno y en verano?”
Esto era todo lo que el abeto sabía. De tanta
impaciencia, al abeto le empezó a doler
la corteza, y ese dolor es parecido al dolor de cabeza de los humanos.
Por fin, llegó la noche y se encendieron las velas y ¡qué
deslumbrante fiesta de luz! El abeto empezó a temblar de miedo y a mover todas
sus ramas, hasta que una de las velas prendió fuego a las hojas. Que dolor tan grande
sintió en ese momento el abeto.
-¡Oh, qué lástima! -exclamaron las criadas, y apagaron
rápidamente el fuego.
El árbol ya no se atrevía ni mover una rama; tenía terror
a perder alguno de sus adornos y se sentía deslumbrado por todos aquello.
De pronto se abrieron de golpe las dos puertas correderas
de aquel enorme salón y entraron a
tropel un montón de niños y niñas que se abalanzaron sobre el abeto como si
fuesen a derribarlo, mientras las personas mayores los seguían tranquilamente.
Por un momento los pequeños se estuvieron mudos de
asombro, pero sólo por un momento. Enseguida sus gritos de alegría llenaron la
habitación. Se pusieron a bailar alrededor del abeto, y luego le fueron
arrancando los regalos uno a uno.
“Pero, ¿qué están haciendo?”, pensó el abeto. ¿Qué va a
pasar ahora?”
Las velas fueron consumiéndose hasta las mismas ramas, y
en cuanto se apagó la última, dieron permiso a los niños para que cogieran todo
lo que colgaba de las ramas del árbol.
Entonces se precipitaron todos a una sobre él, haciéndolo
crujir todas y cada una de sus ramas, y
si no hubiese estado sujeto del techo por aquella estrella de hojalata dorada que
tenía en lo alto se habría caído al suelo.
Los niños se pusieron a bailar a su alrededor con sus bonitos juguetes, y nadie
se dio cuenta de que aún quedaba alguna cosilla, excepto una vieja nodriza que iba escudriñando entre
las hojas, para ver si por casualidad quedaban unos higos o alguna manzana.
Los niños empezaron a gritar diciendo:
-¡Un cuento, cuéntanos un cuento! – tirando de las
manos a un hombre gordo que fue a
sentarse precisamente debajo del abeto.
-Aquí será como si estuviésemos en el bosque -les dijo-,
y al árbol le hará mucho bien escuchar el cuento.
Pero sólo os
contaré una historia. ¿Os gustaría el cuento de Ivede-Avede, o el de
Klumpe-Dumpe, que aun cayéndose de la escalera subió al trono y se casó con la
princesa?
-¡Klumpe-Dumpe! -gritaron algunos, y otros reclamaron a
Ivede-Avede. El griterío y el ruido eran tremendos; sólo el abeto pensaba en
silencio
“¿Me dejarán a mí fuera de todo esto? ¿Qué papel me
tocará representar?”
Pero, claro, ya había desempeñado su papel, ya había
hecho justamente lo que tenía que hacer.
El hombre gordo les contó la historia de Klumpe-Dumpe,
que aun cayéndose de la escalera subió al trono y se casó con la princesa. Y
los niños aplaudieron y exclamaron:
-¡Cuéntanos otro! ¡Uno más! Por favor
Querían también escuchar el cuento de Ivede-Avede, pero
tuvieron que contentarse con el de Klumpe-Dumpe.
El abeto permaneció silencioso en su sitio, pensando que
jamás los pájaros del bosque lehabían contado una historia semejante.
“De modo que Klumpe-Dumpe se cayó de la escalera y, a
pesar de todo, se casó con la princesa. ¡Vaya, vaya; así es como se progresa en
el gran mundo!”, pensaba.
“Seguro que tenía que ser cierto, si aquel hombre tan
agradable lo contaba tan bien, ¿quién sabe? Quizás me caiga yo también de una
escalera y termine casándome con una abeta.”
Y se puso a pensar en cómo lo adornarían al día
siguiente, con velas y juguetes, y sabrosas frutas.
-Mañana sí que no temblaré -se decía-. Me propongo
disfrutar de mi esplendor todo lo que pueda. Mañana escucharé de nuevo la
historia de Klumpe-Dumpe, y quizás también la de Ivede-Avede.
Y toda la noche se la pasó pensando en silencio. A la
mañana siguiente entraron el criado y la sirvienta.
“Ahora las cosas volverán a ser como deben”, pensó el abeto.
Pero nada más lejos de sus deseos, lo sacaron de la
habitación, lo subieron por las escaleras y lo dejaron en el desván, donde
quedó tirado en un rincón oscuro, muy lejos de la luz del día.
“¿Qué significa esto? - se preguntó el abeto-. ¿Qué voy a
hacer aquí arriba? ¿Qué cuentos podré escuchar así?”
Y arrimado a la pared, se quedó pensando y pensando… Tuvo
tiempo de sobra para ello, mientras pasaban los días y las noches, y nadie subía
nunca, y cuando por fin, alguien subió, fue para amontonar unas cajas en un
rincón, parecía que le habían olvidado para siempre.
EL abeto pensaba “Ahora es invierno fuera”
“La tierra estará
dura y cubierta de nieve, de modo que sería imposible que me plantasen; tendré
que esperar en este sitio hasta la primavera.
¡Qué considerados son! ¡Qué buena es la gente!…
Si este sitio no
fuese tan oscuro y tan terriblemente solitario!…
Si hubiese algún
conejito…
¡Qué alegre era estar en el bosque, cuando la nieve lo
cubría todo y llegaba el conejo dando saltos! Incluso aunque saltara por encima
de mí,
Y pesar que eso no
me hacía ninguna gracia! Aquí estoy terriblemente solo.”
-¡Cuic! - chilló un ratoncito que se había colado por una
grieta; y pronto lo siguió otro. Ambos comenzaron a husmear por el abeto y a
deslizarse entre sus ramas.
-Hace un frío terrible -dijeron los ratoncitos-, aunque
éste es un espléndido sitio para estar. ¿No te parece, viejo abeto?
-Yo no soy viejo -respondió el abeto-. Hay muchos árboles
más viejos que yo.
-¿De dónde has venido? -preguntaron los ratones, ¿qué
puedes contarnos? ¿Has estado en él alguna vez en un lugar hermoso? ¿Has estado
en la despensa donde los quesos llenan los estantes y los jamones cuelgan del
techo, donde se puede bailar sobre velas de sebo y el ratón que entra flaco
sale gordo?
-No -respondió el abeto-, no conozco esa despensa, pero
en cambio conozco el bosque, donde brilla el sol y cantan los pájaros.
Y les habló entonces de los días en que era joven, los
ratoncitos jamás habían escuchado nunca, nada parecido, y le escucharon con
mucha atención palabra por palabra.
-¡Árbol, mira que has visto cosas! -dijeron-. ¡Qué feliz
habrás sido!
-¿Yo? -preguntó el abeto, y se puso a considerar lo que
acababa de decir-. Sí, es cierto; eran realmente tiempos muy agradables.
Y pasó a contarles lo ocurrido en Nochebuena, y cómo lo
habían adornado con pasteles y velas.
-¡Oooh! -dijeron los ratoncitos-. ¡Sí que has sido feliz,
viejo abeto!
-Yo no tengo nada de viejo -repitió el abeto-. Fue este
mismo invierno cuando salí del bosque. Estoy en plena juventud: lo único que
pasa es que, por el momento, he dejado de crecer.
-¡Qué lindas historias cuentas! -dijeron los ratoncitos.
Y a la noche siguiente regresaron con otros cuatro ratoncitos que querían
escuchar también los relatos del abeto.
Mientras más cosas contaba, mejor lo iba recordando todo,
y se decía:
-Aquellos tiempos sí que eran realmente buenos; pero
puede que vuelvan otra vez, puede que vuelvan… Klumpe-Dumpe se cayó de la
escalera y, aun así, se casó con la princesa; quizás a mí me pase lo mismo.
Y justamente entonces el abeto recordó a una tierna y
pequeña planta de la familia de los abedules que crecía allá en el bosque, y
que bien podría ser, para un abeto, una bellísima princesa.
-¿Quién es Klumpe-Dumpe? -preguntaron los ratoncitos. Y
el abeto les contó toda la historia, pues podía recordar cada una de sus
palabras; y los ratoncitos se divirtieron tanto que querían saltar hasta la
punta del abeto de contentos que estaban.
A la noche
siguiente acudieron muchos más ratones,
y, el domingo, hasta se presentaron dos ratas. Pero éstas declararon que el
cuento no era nada entretenido, y eso desilusionó a los ratoncitos, que también
a ellos empezó a parecer poco interesante.
-¿Es ése el único cuento que sabes? -preguntaron las
ratas.
-Sí, el único -respondió el abeto-. Lo oí la tarde más
feliz de mi vida, aunque entonces no me daba cuenta de lo feliz que era.
-Es una historia terriblemente aburrida. ¿No sabes
ninguna sobre jamones y velas de sebo? ¿O alguna sobre la despensa?
-No -dijo el abeto.
-Bueno, entonces, muchas gracias -dijeron las ratas, y se
fueron.
Con el tiempo los ratoncitos también dejaron de ir, y el
árbol dijo suspirando.
-Era realmente agradable tener a todos esos simpáticos y
ansiosos ratoncitos sentados a mi alrededor, escuchando cuanto se me ocurría
contarles. Ahora esto se acabó también… aunque lo recordaré con gusto cuando me
saquen otra vez afuera.
Pero, ¿cuándo sería esto? Ocurrió una mañana en que
subieron a curiosear en el desván. Movieron de sitio las cajas y el árbol fue
sacado de su escondrijo.
Por cierto que lo tiraron al suelo con bastante
violencia, y, enseguida, uno de los hombres lo arrastró hasta la escalera,
donde brillaba la luz del día.
“¡La vida comienza de nuevo para mí!”, pensó el árbol.
Sintió el aire fresco, los primeros rayos del sol… y ya estaba afuera, en el
patio.
Todo sucedió tan rápidamente, que el árbol se olvidó
fijar en sí mismo. ¡Había tantas cosas que ver en su entorno!
El patio se abría
a un jardín donde todo estaba en flor. Fresco y dulce era el aroma de las rosas
que colgaban de los pequeños enrejados; los tilos habían florecido y las
golondrinas volaban de una parte a otra cantando.
-¡Esta sí que es vida para mí! -gritó alegremente,
extendiendo sus ramas tanto cuanto pudo. Pero, ¡ay!, estaban amarillas y secas
y se vio tirado en un rincón, entre ortigas y malas hierbas. La estrella de
hojalata dorada aún ocupaba su sitio en lo alto y brillaba a la luz del sol.
En el patio jugaban algunos niños de los que en
Nochebuena habían bailado su alrededor, y a quienes tanto les había gustado.
Uno de los más pequeños se le acercó corriendo y le arrancó la reluciente
estrella dorada.
-¡Mira lo que aún quedaba en ese árbol feo de Navidad!
-exclamó, pisoteando las ramas hasta hacerlas crujir bajo sus zapatos.
Y el árbol miró la fresca belleza de las flores en el
jardín, y luego se miró a sí mismo, y deseó no haber salido jamás de aquel
oscuro rincón del desván.
Recordó la
frescura de los días que en su juventud pasó en el bosque, y la alegre víspera
de Navidad, y los ratoncitos que con tanto gusto habían escuchado la historia
de Klumpe-Dumpe.
-¡Todo ha terminado! -se dijo-. ¡Lástima que no haya
sabido gozar de mis días felices! ¡Ahora, ya se fueron para siempre!
Y vino un hombre que lo cortó en pequeños pedazos, hasta que hizo un buen
montón para que ardiera en llamas bajo una enorme cazuela de cobre.
El árbol gimió tan alto que cada uno de sus quejidos fue
como un pequeño disparo.
Al oírlo, los niños que jugaban acudieron corriendo y se
sentaron junto al fuego; y mientras miraban las llamas, gritaban: “¡pif!,
¡paf!”, a coro.
Pero a cada
explosión, que era un hondo gemido, el árbol recordaba un día de verano en el
bosque, o una noche de invierno en el mismo lugar, cuando brillaban las
estrellas.
Y pensó luego en la Nochebuena, en Klumpe-Dumpe, el único cuento de hadas que
había escuchado en su vida y el único que podía contar… Y cuando llegó a este
punto, ya se había consumido enteramente.
Los niños seguían jugando en el patio. El más pequeño se
había prendido al pecho la estrella de oro que había coronado al abeto la noche
más feliz de su vida.
Pero todo se había acabado ya, igual que se había acabado
el árbol, e igual que se acaban los cuentos.
Este cuento nos enseña que no debemos pensar que la vida
de otros es mejor que la nuestra, y por lo tanto, que valoremos las cosas que
buenas que tenemos, aunque nos parezcan insignificantes.
Otros cuentos de Andersen son:
Abuelita
El abecedario
El abeto
La aguja de zurcir
El alforfón
Algo
Almendrita
El ángel
El Ave Fenix
El bisabuelo
El caracol y el
rosal
La casa vieja
El cerro de los
elfos
El chelín de plata
Las cigüeñas
Los cisnes
salvajes
El cofre volador
Los corredores
El cuello de
camisa
El diablo y sus
añicos
Dos Hermanos
El duende de la
tienda
El duendecillo y
la mujer
El elfo del rosal
La espinosa senda
del honor
El traje nuevo del
emperador
El escarabajo
La familia feliz
El gallo de corral
y la veleta
La gota de agua
El gollete de
botella
El gorro de dormir
del solterón
Historias del sol
Una hoja del cielo
El hombre de nieve
La hucha
El jabalí de
bronce
El jardín del
paraíso
El jardinero y el
señor
Juan el bobo
El libro mudo
El lino
En el mar remoto
La Mariposa
El molino de
viento
El nido de cisnes
La pareja de
enamorados
La pastora y el
desollinador
El patito feo
La última perla
La piedra
filosofal
La pastora y el
desollinador
Pluma y tintero
La princesa y el
guisante
El príncipe
malvado
Psiquis
La rosa más bella
del mundo
El ruiseñor
Los campeones de
salto
El sapo
La Sirenita
El soldadito de
plomo
La sombra
El tesoro dorado
El titiritero
El torrero Ole
Los trapos viejos
El niño travieso
El pequeño Tuk
Rompenieves
Las serpiente de
mar
El tullido
Los vecinos
Las velas
Los verdezuelos
La vieja campana
de la iglesia
El viejo farol
Visión del
baluarte
Los zapatos rojos
Para escuchar el audio, pulsar la imagen.
13 de diciembre de 2019
23 PROGRAMA DÍA 13 DE DICIEMBRE - SANTA LUCIA
Las familias romanas, se denominan “gens” y eran una agrupación civil o sistema social de
la Antigua Roma.
Cada gens comprendía a varias familias que se
identificaban a través del cognomen de los hombres, por lo que sus integrantes
eran agnados o gentiles, y estaban dirigidos por varios pater familias.
El cognomen (plural, cognomina) que usaban los romanos era lo que especificaba la rama de la familia nomen
a la que se pertenecía, o, en algunos casos también era el apodo de una persona
en particular por ejemplo, "Lucio"; pero solo lo tenían los hombres,
pues las mujeres eran designadas únicamente por el nomen.
El nombre oficial de los antiguos romanos estaba
conformado al menos por el praenomen y el nomen junto con la filiación y la
tribu.
Los nombres propios
entre los romanos se les ponía a las
niñas el octavo día después del nacimiento,
y a los niños el noveno día después.
Este día le
llamaban “dies lustricus” y el bebe era legitimado por su padre en el hogar,
haciendo una ceremonia, que consistía en levantar al recién nacido que estaba
en el suelo hacia el cielo (tollere filium) entre los brazos, esa ceremonia
“lustratio”, de purificación estaba conectada con sacrificios, y otros ritos religiosos.
En este bautizo se
hacían procesiones para bendecir
al bebe, pulverizando con agua al bebe usando una rama de laurel o de olivo, y algunas
familias utilizaban un utensilio llamado aspergillum (hisopo), además se
quemaba incienso y plantas aromáticas.
En ese ritual era habitual ofrecer el sacrificio de un
cerdo, en latín (sus), o un cordero (ovis), si la familia era rica podían
sacrificar un toro o ternero (taurus), pero antes de matarlo, le hacían dar vueltas alrededor del bebe objeto
de la purificación, y en ese acto era cuanto a los niños se les daba el ·para-enomen”
(nombre de pila) siempre coincidiendo
con algún antepasado; y a las niñas se les daba el “nomen”, siempre coincidente
con el de su gens o clan.
Por ejemplo, las niñas de la gens Julia, todas se
llamaban «Julia» y para distinguirlas
entre sí, se añadían las palabras: minor, maior, tertia (tercera).. según su
orden de nacimiento.
Pues en una, de esas gens, nació en el año 283 d. C. en Siracusa,
que es una ciudad de la provincia romana de Sicilia, en el seno de una familia
noble, rica y cristiana de la gens
Eutiquia, una niña a la que llamaron Lucia, esta bebe era hija de un
hombre llamado Lucio, que murió siendo muy joven, y se cree que sin seguir la
norma romana, la llamaron como su padre.
El significado del nombre de Lucía es “Luz para el
mundo”, esta niña fue educada en la fe cristiana, ofreciendo su vida y
virginidad a Dios.
Sin embargo, su madre no estaba de acuerdo con esa
elección, porque estaba muy enferma y necesitaba a su hija al no poder hacer
muchas cosas, por lo que la comprometió a Lucia con un joven pagano, contra su
voluntad.
Un día la madre decidió ir a rezar a la tumba
de Santa Águeda de Catania, ya que decían que era milagrosa para pedir que
obrase un milagro y curar su enfermedad, y pidió fervorosamente que las
frecuentes hemorragias que tenía cesaran y la madre se curó de la terrible
enfermedad, por lo que Lucia pensó que si Santa Águeda había hecho un milagro a su madre
ella quería otro que la librara del compromisos con aquel hombre pagano, para consagrar su vida a Dios que era lo que
ella deseaba y donar su fortuna a los
más pobres.
Y Según cuentan Santa Agueda hizo el milagro y su madre
aceptó que no sé desposara con aquel chico, pero el joven muy enfadado quería
venganza al ser rechazado, y acusó a Lucia ante el pro-cónsul Pascasio de que
era cristiana.
Otra historia cuenta que una vez convertida al cristianismo,
se erigió en su defensora, llegando a curar milagrosamente a su madre enferma,
recibió las apariciones de Santa Águeda.
Pidió entonces Lucía dos cosas a su madre, que le diese
los bienes que heredaría para repartirlos a los pobres y que no la diese a nadie
en matrimonio.
A su vuelta a casa
comenzaron a vender diariamente una pequeña parte de su patrimonio y el dinero
obtenido lo entregaban secretamente a los pobres, pero como ya Lucía antes
había sido prometida a un joven, éste al pensar que la fortuna estaba siendo
dilapidada la denunció al cónsul que la llamó a su presencia.
La leyenda cuenta que la belleza de Lucia residía en sus
bellos ojos y su mirada, y por esa razón eso tenía muchos pretendientes, lo que
ha le hacía sentirse agobiada y acosada
sobre todo por muchos hombres.
Y uno de esos hombres, tan pesados, era el pretendiente
rechazado, que estaba enamorado de sus ojos, y para que la dejase en paz, ella
se arrancó y se los envió en una
bandeja, pues sí sus ojos era lo único que le interesaban, ahí los tenía.
Como el pretendiente, en venganza por ser rechazado la
había denunciado por ser cristiana, en el año 304 Lucía fue arrestada.
Interpelada por el cónsul Pascassio ella indicó que había
repartido su fortuna socorriendo a los pobres en sus necesidades y que como ya
no le quedaba dinero para ello quería honrar a Dios consagrando a Él su
persona.
El cónsul la acusó de socorrer a corruptores del imperio
y la amenazó con varios suplicios, como quiera que Lucía continuaba inalterable
en su voluntad, mandó a unos de sus hombres llevasen a un lugar público y allí le infringiesen
todo tipo de aberraciones hasta su muerte, pero no hubo resultados.
En ese momento en que mandaba Diocleiano eran tiempos difíciles y Lucía fue arrestada bajo
la acusación de ser una cristiana, y Pascasio le ordenó que hiciera sacrificios
a los dioses, a lo que Lucía se negó.
Entonces ante esa negativa decidieron sacrificarla, el procónsul
dio órdenes precisas a sus soldados a que la llevaran a un prostíbulo para que
la violaran, diciendo a Lucía: “Te
llevaré a un lugar de perdición así te alejarás de tu dios”, y te obligaremos a
su renuncia y le negarás.
Fueron varios los que acudieron para llevársela, pero fue
imposible moverla del lugar en que se encontraba. Ordenó entonces el cónsul que
se la amarrase con cuerdas sus pies y
mano para que tirasen de ella, con todos hombres fueran necesarios para moverla de
aquel sitio, pero todo fue inútil. Indicó ordenó que fueran bueyes los que
tiraran de las cuerdas, pero tampoco lograron moverla.
Llamó entonces a
unos magos para que con su magia y encantamientos trataran de moverla de aquel
lugar, pero todo fue inútil.
Pascassio, lleno de cólera pidió que fuese rociada con
orines pues existía la creencia de que estos deshacían los encantamientos, así
se ejecutaron sus órdenes, pero Lucía siguió inmóvil.
A continuación, intentó quemarla viva, pero ello no fue
posible, todo se quemó a su alrededor menos ella.
Entonces el procónsul Pascasio tomo otras medidas y
ordenó que fuera condenada al martirio sometiéndola al suplicio de aceite y pez
hirviendo, sin resultados.
Un amigo del cónsul se dirigió entonces hacia Lucía y
clavó su espada en su garganta. Cuenta la tradición que Lucía permaneció viva e
inmóvil hasta que recibió la comunión.
Otra tradición nos cuenta que le arrancaron los ojos y ella volvió a ponérselos, y a partir de ese
momento Lucía es considerada por los cristianos como una mártir cristiana,
venerada por distintas iglesias: la católica, ortodoxa y luterana, esta mujer
es importante por los milagros que ha hecho a personas ciegas, y esta creencia popular fue decisiva en la
interpretación iconográfica, siendo considerada patrona de oculistas y
electricistas e invocada contra las afecciones de los ojos.
Los relatos que existen sobre su muerte entre los siglos
IV y V son idénticos, considerándose que esa información es oficial, aunque tiene algunos detalles diferentes respecto a
su forma de morir y porque se quedó ciega.
Según uno de los relatos realizados por el martiryon
griego Lucía la dejaron ciega, durante el periodo de la passio latina, al ser
martirizada al traspasar su garganta con una lanza y sacarla por los ojos.
En esos momentos Roma estaba bajo el poder del emperador Diocleciano
entre los años 303 y 311, época que se
convertiría en la mayor y más sangrienta persecución oficial del imperio romano
contra los cristianos, pero no logró, su objetivo que era destruirlos.
Diocleciano hizo una reforma en la estructura del
gobierno imperial que ayudaron a estabilizar económica y militarmente a Roma, permitiendo que el Imperio perdurase más de
cien años, cuando había estado a punto de colapsar pocos años antes.
Diocleciano nombró a Maximiano co-emperador, otorgándole
el título de Augusto de Occidente en el 285. En el concilio de Carnuntum.
Diocleciano y Galerio obligaron a Maximiano a renunciar a
sus pretensiones imperiales; no obstante, dos años después intentaría hacerse
de nuevo con el poder mientras Constantino se encontraba de campaña en el Rhin.
El levantamiento no tuvo éxito a causa de la ausencia de
apoyos y Maximiano fue capturado en Marsella, y condenado a muerte por
Constantino, obligando a Maximiano a
suicidarse en el verano del año 310.
A partir del año 324 el cristianismo se convirtió en la religión
dominante del Imperio, bajo el gobierno de Constantino I el Grande.
La muerte de Santa Lucía tuvo lugar hacia el año 313, y donde la enterraron se construyó un santuario dedicado a su advocación,
siendo lugar de peregrinaciones en su honor, donde se han realizado multitud de
milagros.
La relación entre Lucía y los ojos, probablemente tiene
que ver por la iconografía de la Edad Media, ya que su nombre significa luz; lo
que la hace ser la protectora de la vista, la patrona de los pobres, de los
ciegos, de los niños enfermos y de las ciudades.
Durante la Edad Media, el calendario juliano dieron un
retraso en la cuanta de los días, y de esta manera coincide con el solsticio de
invierno, siendo el día más corto del año cuando se coloca la festividad en su honor, al tener
los días menos luz.
De ahí en refrán que reza “Santa Lucía, acorta las noches y alarga los
días”.
El nombre de Lucia
significa “la que porta la luz”, y en esas fechas es cuando se conmemoraba su
martirio, ya que los datos son las que
pueden explicar el origen de esa leyenda sobre sus ojos.
La Iconografía de Lucía de Siracusa, es representada
normalmente con una espada que le atraviesa el cuello, una palma, un libro, una
lámpara de aceite y en ocasiones también con dos ojos en un plato.
Según la leyenda, debido a que fuentes exactas no existen,
hoy en día debido al tiempo que ha
transcurrido desde ese acontecimiento; lo que cuentan es que cuando transfieren
el cuerpo de Santa Lucía de Siracusa a Constantinopla, lo hacen para alejarla
del período de invasión de la ciudad de Siracusa por parte de los sarracenos,
durante la Cuarta Cruzada en el año(1204), siendo el duque de Venecia el autoriza
que sus restos sean llevados a Venecia al monasterio de San Jorge, para luego
en 1280, trasladarlos a su Iglesia en Venecia.
Las historias sobre Santa Lucía cuentan que salvó muchas
veces a su pueblo natal, en momentos de difícultades, en situaciones de hambre,
terremotos, guerras, y además, se ha comprobado que su intervención en otras
ciudades como Brescia, que fue librada de una gran miseria, debido a su
intercesión.
En 1955, el rostro de Lucía fue cubierto con una máscara
de plata por expreso deseo del Patriarca Cardenal Roncalli (futuro Juan XXIII).
En Venecia se encuentra el sarcófago de cristal bajo el
altar mayor de la Iglesia de Santa Lucia, aunque en algunas ocasiones la
iglesia figura solo con el nombre de San Geremias, porque es la plaza donde
está situada la iglesia.
Los restos de la santa fueron trasladados a esta iglesia
en 1861 ya que se había construido en su honor, pero esta iglesia fue derribada
para construir la estación de tren que lleva su nombre.
Muchas personas tienen mucha fe en Santa Lucía ya que
dicen que hace milagros cuando hacen peticiones respecto a la vista, y que
además otro tipos de favores.
Debido a su relación con la vista, los ciegos la proclaman como su patrona, y los creyentes
la tienen mucha devoción debido a su discapacidad.
Santa Lucía, gracias a su triste historia, tiene muchos santuarios en su honor por muchos países del
mundo.
El día 22 de junio
de 1894 fue descubierta la catacumba de San Giovanni, la más importante de
Siracusa, que se encuentra cercana a la que conservó el cuerpo de Santa Lucía,
incluso se dice que para el siglo IV, ya era celebrado en esa localidad el día
de su martirio.
Su vida pura y humilde, su caridad y fervor, su entrega
plena al servicio de Dios, fueron premiados con el símbolo de la palma suprema de la virginidad y del martirio
como aparece en algunas iconografías.
En la fiesta de Santa Lucía se remonta desde los orígenes
de la Edad Media, entre los siglos XVI y XVII, en Estocolmo se comenzó a
celebrar la fiesta oficial, en la que se hacen grandes banquetes para la
conmemoración.
El Festival de Santa Lucía se desarrolla cada 13 de
diciembre que en el antiguo calendario Juliano usado en Suecia hasta 1753 era
el Día de Navidad, y la noche más larga del año.
Hoy día en cada pueblo y ciudad, escuela o empresa, y en
las iglesias, se realiza el desfile de Lucía, las niñas llevan velas con luces en lugar de velas con
fuego, como se hacía antiguamente.
Detrás de la niña desfilan más niñas con la misma túnica
blanca y una vela en la mano, seguidas por los niños con capirotes blancos y
decorados con estrellas amarillas, y también por los más pequeños vestidos de
duendes. Es la “llegada de la luz”.
En esas fiestas tradicionales, las familias suecas suelen
reunirse para hacer unas pastas al horno en moldes que recuerda a los ojos de
Lucía, conocido como “bollos de santa Lucía”, y se los comen después de cantar
canciones folclóricas. Estas pastas dicen que dan buena suerte y se regalan a
los maestros y personalidades deseando
que sean justos en sus trabajos.
Una joven es elegida como “Reina de Lucía de Suecia” y
recibe la corona el 13 de diciembre.
Es tradición que es un día para disfrutar de emocionantes
conciertos corales en iglesias y teatros, donde los niños y jóvenes tienen el
protagonismo absoluto.
La celebración del día de Lucía es, junto con la fiesta
de San Juan o solsticio de verano, son las ceremonias más importantes en la cultura sueca y tiene una clara
vinculación con las condiciones de vida en la sociedad agraria nórdica:
oscuridad y luz, frío y calor.
En toda Suecia, hoy como todos los años, han comenzado el día con la canción de Lucía
en casa, televisiones y radios, es impresionante como millones de suecos cantan
una canción típica procedente del sur de Italia, y que ha sido interpretada por
los más grandes cantantes clásicos.
Esta fiesta es el preludio de las fiestas navideñas, el
principio de la temporada navideña siendo la celebración de la luz, ya que los
días con más oscuros.
La letra de la canción dice: Santa Lucía
La noche camina pesadamente
Alrededor del patio y del hogar,
Cuando el sol parte de la tierra,
Las sombras se ciernen.
Ahí en nuestra casa sombría
Andando con velas encendidas
¡Santa Lucía, Santa Lucía!
La noche camina segura y sigilosamente,
Ahora escuchen sus alas,
En cada cuarto tan silencioso,
Susurrando como unas alas.
Miren, en nuestro umbral está,
Vestida de blanco con luz en su pelo
¡Santa Lucía, Santa Lucía!
La oscuridad pronto se volará
De los valles de la tierra.
Luego nos dice
Una palabra maravillosa:
Un nuevo día volverá a levantarse
Del cielo rosado…
¡Santa Lucía, Santa Lucía!
Desde tiempos que incluso no hay escritos ha tenido a
Santa Lucía como patrona de los ciegos y abogada de problemas de la vista. Sus
fieles devotos hacen peticiones sobre la cura de alguna enfermedad, teniendo
como agradecimiento un presente como exvoto ojos de oro o plata. Las Iglesias
ortodoxas, católica, y luteranas escandinavas celebran su fiesta el día 13 de
diciembre.
En España la ONCE organiza unas jornadas todos los años
para conmemorar junto a sus afiliados y
pensionistas el día
IMAGEN SANTA LUCIA DE ZURBARÁN
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